Quítalelo todo ahora, despréndete de los abalorios y monedas, de los honorables y excelentísimos, de los laudatorios visajes y de las inclinaciones de cabeza. De todo. Tú, contigo: con la irrisoria desnudez de fuera, con la infinita desnudez de dentro. Y mira a ver si te ves ya preparado para el juicio definitivo, ese que tú mismo habrás de hacer cuando el reloj de tus horas se detenga.